miércoles, 15 de diciembre de 2010

PEQUEÑA CENICIENTA, UNA CITA Y UN CAFE

Eran poco mas de las diez cuando la Pequeña Cenicienta llega al salón, había poca gente, quizás tres doncellas más a lo sumo. Había tranquilidad en todo la estancia. La música era suave y la luz intensa, pero sin llegar a ser molesta. No pasaron más de cinco minutos hasta que el Príncipe hizo su entrada, con porte elegante y seguro. Con este mismo porte se dirigió hacia la Pequeña Cenicienta saludándola con un gesto de cariño en las mejillas; al que fue correspondido. La charla siguió de forma alegre y amena durante el encuentro, donde los ojos no dejaron de cruzarse. La joven miraba al apuesto Príncipe mientras hablaban, era bueno, se estaban conociendo un poco más. Saber uno del otro le ayudaría en el resto de los encuentros, y al fin y al cabo fue con este mismo propósito con el que se fijo dicho encuentro. Los dos optaron por un café exquisito, saboreándolo poco a poco, no había demasiada prisa, por lo que el ansiado café se prolongo hasta el final de la cita. El se lo tomo bien caliente sin dejar que su aroma se esfumara en el salón, en cambio ella en cambio utilizó el café, la cuchara y el sobrecillo de azúcar entre sus manos como si de alguna excusa necesitara para entretenerlas. El en un momento de la conversación donde ambos no dejaban de mover sus manos como si fuera un juego, momento en el que él aprovechó para rozar la piel de la joven y saber así que sentía, que podía llegar a percibir. No sabía muy bien que era, quizás no lo sabía ninguno de los dos, pero ese roce supuso también a la joven una sensación muy especial. No tardó en surgir otra nueva caricia; pero esta vez el joven no sintió la necesidad de tener una excusa para tocar a la joven en la mejilla. Este si ya fue un roce mas intenso que el anterior, ambos se dieron cuenta de ello aunque la Pequeña Cenicienta intento disimular con un halo de conversación trivial y fuera de contexto. Quizás ella misma no quería aceptar que esas caricias le gustaran, o tal vez no quisiera hacérselo ver de momento al joven Príncipe. Ella notó esa caricia como si el viento la acariciara. Era una suavidad extrema la que esa caricia supuso, como si el roce de algo extremadamente especial con su mejilla. La charla continuó amena pero en la mente de la joven seguía sintiendo esa suave caricia. No sabia si era lo que quería sentir, pero algo que no quería obviar, escaparse a ese sentir seria engañarse ella misma. Se sentían muy a gusto los dos, no había duda que el encuentro fuera agradable para ambos. La conversación fue trivial, nunca hablaron de ellos mismos ni de lo que sentían o les apetecía sentir. La familia y los quehaceres diarios de ambos fueron el motivo de que ese café se prolongara casi dos horas. Fue más o menos el tiempo del encuentro, tiempo que sirvió a los dos jóvenes para ver algo más el uno del otro.
A la Pequeña Cenicienta se le hacia tarde, estaba empezando a anochecer y no le gustaba demasiado viajar después de la caída del sol, pero la verdad es que al final se le había hecho un poco tarde y en el momento en que decidió volver a su palacio ya el sol desapareciera por completo del cielo, ni siquiera su gran estela rojiza habitaba ya en el horizonte. Se portó como todo un gran caballero y la acompañó a buscar su carroza más allá del extenso jardín del palacio de joven Príncipe.
En un momento en que ella estaba dándole al joven la espalda, este aprovechó para acariciarla de nuevo, pero esta vez tocando su suave nuca por encima de su larga melena perfectamente enlazada. Ese si fue un momento muy especial para ella, volvió a sentir ese algo que no sabia como explicar, algo que la hizo estremecerse y con un hilo de voz le pidió al joven que no siguiera. En realidad no sentía lo que le había dicho, la verdad es que la caricia en la nuca le gusto demasiado por eso temía que no se acabase la cita en ese momento, temía que sino lo rechazaba en ese momento seria incapaz de hacerlo mas tarde. Fue en esos momentos cuando la razón y el corazón empezaron una guerra en la que la razón fue la ganadora muy a pesar de los jóvenes. Otra vez hizo gala de su gran caballerosidad, pues tan pronto escuchó ese no, como un hilo de voz salido del fondo de la garganta de la Pequeña Cenicienta el retiró la mano sin dudarlo. La despedida se produjo de forma suave y cariñosa mirándose a los ojos hasta que estos dejaron de apreciarse a si mismos, emplazándose quizás a un nuevo encuentro. Ninguno de los dos sabia si el otro pensaba lo mismo y deseara un nuevo encuentro.
El viaje de regreso a la Pequeña Cenicienta se le hizo corto, seguía viendo en su mente al joven príncipe de la misma forma que lo estaba haciendo antes de que sus cuerpos se distanciaran por el largo camino. Deseaba que ese encuentro se volviera a repetir, poder escuchar y sentir de nuevo esa mirada o el roce de una mano en sus mejillas sonrosadas. Sentía algo especial que aún no estaba segura de lo que significa, lo único de lo que estaba segura era de que quería volver a sentir, ese roce del viento en sus mejillas.
Cuando llegó a palacio, la doncella que la esperaba no le fue difícil adivinar que el encuentro fuera de su agrado, sobretodo porque todo su rostro era una gran sonrisa. Se fue a la cama ya y en ese momento fue cuando recapituló todo lo sucedido, el café, las caricias, la charla sobre la música favorita de ambos, la comida que más les gustaba o lo que solían hacer en su tiempo libre. Volvió a repasar en su mente la conversación una y otra vez, solo esperaba que el joven príncipe volviera a querer que hubiera un nuevo encuentro y así con la sonrisa de el, con su mirada y con el sentir de aquellas caricias se quedó dormida, habiendo momentos en que no sabia si estaba aun recordando o ya estaba soñando.